mayo 26, 2008

Reminiscencias de café


Entré en la cafetería como si entrase en mi hogar. Y es que luego de 6 años viniendo todos los días, desde el día de su inauguración, puedo considerarlo como mi segundo hogar.

Saludo con una sonrisa y un vaivén de cabeza a mis queridos amigos, para tomar rumbo directo a mi mesa, la única mesa desde la cual tengo vista la resto del local y que además cuenta con una gran vista hacia la avenida.

No necesito ver la carta, simplemente espero por mi café y bollos de canela recién horneadas.

Mientras me depositan mi cremoso café en la mesa, siento el intenso aroma entrando en mi nariz. Cierro los ojos e inhalo profundamente. “Ah deliciosos granos de Sumatra” digo mientras ingiero un primer sorbo de dulce y suave espuma.

Su sabor me lleva de vuelta al momento en que conocí a Jen. Iba caminando hacia mi trabajo, concentrado en mil y un cosas, sin percatarme quién estaba a mi lado. Simplemente caminaba.

De pronto tropecé con alguien, botando su maletín. “¡Estúpido!” me auto recriminé, mientras recogía sus cosas. “Ahora llegarás tarde y tendrás que dar explicaciones” pensé.

Al levantar la vista y mirar a la persona con quién había tropezado me topé con algo que jamás había visto en mi vida. Sus ojos, ¡oh! sus profundos ojos color miel me dejaron simplemente helado.

Es difícil explicarlo si no se experimenta personalmente. Lo único que puedo decir es que en el momento que ella me miró con esos ojos y me sonrío para darme las gracias caí rendido a sus pies.

Tartamudeando cual adolescente que intenta hablar con una mujer por primera vez, la invite a tomar un café. Pese a su gentil rechazo, insistí, y luego de un rato, estabamos sentados en la mesa bebiendo una taza de este delicioso brebaje.

“Era todo un adolescente en el cuerpo de un hombre de 30 años” me decía, mientras tomaba uno de mis bollos.

La cafetería estaba vacía. Desde hace un tiempo ya que la gente dejó de venir, pues a en la calle siguiente se ubicó una “cafetería Gourmet”, el boom del momento. No me importa estar a la moda, yo amo mi café y este es el mejor lugar para disfrutarlo.

Un nuevo trago de café y vuelvo a mis recuerdos.

Caminábamos por el parque mientras llovía. Estaba nervioso, casi como cuando la conocí. Sin embargo mi nerviosismo se fundaba no en el temor al rechazo de la mujer que cambió mi vida, sino que era un nerviosismo de quién esta por hacer una presentación por primera vez o salir al escenario frente a un público enardecido. “Pánico escénico” balbuceé y Jen me miró con cara de pregunta.

“Nada, nada” dije. Seguimos caminando hasta aquella banca donde le declare mi amor e iniciamos esta relación.

Sin importar la lluvia, nos sentamos y conversamos largamente. Por alguna razón no recuerdo el cómo, pero de un momento a otro estaba frente a ella, arrodillado con una mano estirada y un pequeño cofrecito abierto frente a ella. Solo recuerdo su voz: “Por supuesto que me casaré contigo”

Mientras masticaba la última galleta miraba hacia la calle. Comenzaba a llover.

Caen las últimas hojas de los árboles. Lo que el viento no pudo hacer por si solo, lo logró gracias al agua que había sobre ellas. La gente corría buscando un lugar donde guarecerse mientras otros más precavidos solo abrían sus paraguas y continuaban su camino.

Un nuevo sorbo de café llevó mi mente nuevamente a mi pasado.

Estaba en mi casa, en nuestra casa. Aquel sueño que nos tomó 10 años de ahorros, duro trabajo y noches pensando en cómo lograrlo. Todo eso era cosa del pasado y estábamos instalados desde hace 3 días en nuestro hogar. Mientras yo ordenaba las cosas, Jen estaba de compras en el centro comercial.

No habían pasado más de 40 minutos desde que me dijo adiós cuando suena el teléfono. Contesto con una sonrisa esperando su voz, sin embargo no era ella.

Una voz seca y entrecortada me hizo varias preguntas. Entre preocupado y molesto contesté a su preguntas y pregunté que era lo que estaba sucediendo.

“Su esposa tuvo un accidente y en estos momentos está camino al hospital”. No fui capaz de sostener el teléfono por más tiempo. Dejé todo y partí directo a ver a mi esposa.

Al llegar al hospital pregunté por ella sin obtener respuestas. Solo rodeos: Está en observaciones, la están viendo, etc., etc. Mientras me paseaba por la sala de espera, llegó el doctor de turno y se me acercó muy lentamente. Una sensación fría corrió por mi espalda. No hubo necesidad de decir nada, puso su mano sobre mi hombro y movió la cabeza en señal negativa.

Tragué el último sorbo de mi café con dificultad y angustia. Miro a mi alrededor y todo está del mismo modo como estaba aquel aciago día.

Me seco la lágrima de mi ojo derecho, dejó el dinero de mi café y galletas y me paro. Tomo el paraguas que tengo en la entrada y salgo.

Luego de cruzar la puerta de la cafetería me detengo y miro atrás. Aquel fue mi último café, es hora de seguir.

Foto: Tonio_Vega

mayo 18, 2008

El vagón

Apenas cruce las puertas de vagón sentí su mirada clavada en mí.

No sabría decir cuándo me percaté por primera de su presencia, pero ahí estaba, en el mismo lugar, con la misma mirada fría y penetrante, sin movimiento aparente, en un estado de absoluta inercia.

No importaba lo que hiciera o pretendiera hacer con mis papeles, libros y cuadernos, era solo cuestión de cruzar la puerta del vagón para sentir esa gélida mirada sobre mí. Constante, agobiante, asfixiante.

Si bien jamás veía un cambio respecto a su ubicación, tenía la sensación que en algún momento se pararía y avanzaría hacia mi. ¿Qué haría al respecto? No lo sé. ¿gritar? demasiado histérico, ¿correr? inútil. Lo cierto es que ello no había sucedido antes y rogaba porque no sucediera.

¿por qué habría de ser esta la primera vez? No, no sucederá, hay demasiada gente alrededor. No hay nada de que preocuparse.

¿y quién dice que la gente hará algo al respecto? ¿acaso el hombre muerto que encontraron en el tren de Nueva York no llevaba 2 días antes de que se dieran cuenta que estaba muerto? Otro vagabundo que no conoce el jabón decían. No, pero eso no me sucederá a mí. No puede sucederme a mí.

¡Mierda! ¿dónde está? No lo veo.

Maldita sea ¡dónde está!.

Sin darme cuenta comienzo a sudar frío... el pulso se me acelera... las piernas me cosquillean y me siento completamente inmóvil.

Grito, pero los sonidos no logran salir de mi boca. Miro con espanto a quién está a mi lado, para darme cuenta que no hay nadie, así como no hay nadie en el asiento de enfrente.

No hay nadie en el vagón.

Solo yo y esa sensación.

Lo único que logro hacer es cerrar los ojos y apretar los dientes. Esperando lo peor. Con resignación.

La luz roja se enciende sobre mi cabeza.

El tren llegó al terminal. Las puertas se abren. No pienso dos veces y salto del vagón.

La sensación desaparece, estoy fuera. Mi pulso se normaliza y el sudor frío desaparece. Esta vez estuvo cerca, pero no me creo capaz de soportarlo otra vez.

Tendré que esperar hasta mañana para saber si lo lograré. Cuando tenga que subirme a este vagón nuevamente, como cada día.

Foto: Kidv2

mayo 13, 2008

El Oscuro Resplandor

El Universo que habitamos está regido por fuerzas.

Toda fuerza tiene una parte positiva y otra negativa. Del mismo modo, no existe el bien sin el mal, el blanco sin el negro.

Este blog representa el lado oscuro de Luz en la Oscuridad y en el escribiré todas aquellas ideas, creaciones y relatos que me han acompañado desde mis inicios, cuando leía a Poe, Lovecraft, Kafka y tantos otros.

No pretendo hacer copias de sus relatos o rendir tributo con mis trabajos. Solo es la satisfacción de un deseo personal que he llevado durante mucho tiempo muy dentro mío.

The Dark One